Comentario
Las grandes catástrofes de la anterior centuria parecían definitivamente alejadas de Castilla al llegar el siglo XV. Ciertamente reapareció la peste en diversas ocasiones y los malos años tampoco estuvieron ausentes. Pero unos y otros fenómenos parecen mínimas sombras en un panorama claramente dominado por la recuperación demográfica y la reconstrucción agraria. El brote epidémico más fuerte de la primera mitad de la decimoquinta centuria fue el del período 1434-1438, que afectó a la mayor parte de los reinos.
Mas la tónica dominante del siglo XV fue el incremento de la población, lo que se comprueba, indirectamente, por las numerosas referencias a la reanudación del proceso roturador. En tierras de Salamanca está documentado el inicio de las roturaciones en el año 1418. Parecidas indicaciones tenemos de las tierras burgalesas, del valle del Tajo, de Galicia o de la Andalucía Bética. Asimismo, datos de los años 1418 y 1426, procedentes del señorío de Vizcaya, nos hablan de los intentos de la colegiata de Cenarruza por repoblar de manzanos las tierras de viejos caseríos deshabitados. En definitiva, se buscaban nuevos espacios de cultivo porque había aumentado la demanda de alimentos, debido al crecimiento poblacional. La ascensión demográfica de Castilla, en opinión de F. Ruiz, sería un hecho generalizable a todo el territorio hacia el año 1445. Por lo demás, la primera mitad del siglo XV fue un período de lento pero continuado crecimiento económico. También se constata en dicho período un alza suave pero progresiva de los precios de los productos agrícolas, así como un importante aumento de la renta de la tierra.
La reconstrucción agraria del siglo XV significaba al mismo tiempo una adaptación del campo a las nuevas condiciones del mercado, que incluían tanto las demandas de los núcleos urbanos como el tirón indiscutible del comercio internacional. Así, por ejemplo, el auge de la apicultura en tierras de La Alcarria se explica, en buena medida, por el significado de la miel como objeto de exportación. No obstante el producto que mejor ejemplifica las transformaciones agrarias de la decimoquinta centuria quizá sea la vid. Por acudir a un ejemplo significativo recordaremos que en el entorno de Valladolid florecieron los viñedos de Fuensaldaña, Cigales y Mucientes, destinados al abastecimiento de la villa del Esgueva. Ahora bien, los vinos más preciados eran el bermejo de Toro y el blanco de Madrigal, así como los de la sierra de Córdoba y la zona de Jerez.